Marc Mahuzier
25 de mayo de 2012
La ciudad de Kasserine, en el centro de país, fue
uno de los focos de la Revolución. El empleo es tan escaso como una
lluvia de verano en esta ciudad de 80.000 habitantes marginada del
desarrollo y los inversores. Hace cinco años, cuando llegó Benetton
prometiendo pedidos si creaban los talleres, fue una avalancha. En la
actualidad existen 38 «fábricas», como las llaman los habitantes.
Todas montadas por particulares, emplean alrededor de
3.000 trabajadoras y aprendizas, el 90% mujeres. Y fabrican cada año
millones de prendas para la marca italiana, que no ha invertido ni un
dinar. En los talleres ruidosos y sofocantes de calor en verano se
trabajan seis días a la semana durante ocho horas diarias.
El sueldo es el mínimo marcado en el convenio colectivo
del sector textil: 1,46 dinares (70 céntimos de euro) por hora. Es
decir, una media de 130 euros mensuales. «Ha habido huelgas y
manifestaciones para pedir aumentos, pero no lo hemos conseguido»,
lamenta Youssef Abidi, número dos de la Unión General de Trabajadores
Tunecinos (UGTT) de Kasserine.
En una fábrica de la zona industrial, la directora
aceptó hablar con nosotros de forma anónima. «En Kasserine, todos
tenemos el mismo cliente, Benetton. ¡Claro que me gustaría pagar más a
las trabajadoras! Pero con lo que nos da es imposible».
Las fábricas se contratan por prenda confeccionada. El
patrono de L’Orient Confection, Saïd Bartouli, muestra los pedidos. Su
empresa cobra 1,20 euros por pantalón, incluido el corte. Pero debe
pagar el hilo, «0,60 euros por pantalón. No me llega». Saïd Bartouli
abrió hace 14 meses. Tiene alquilado el edificio, una nave con las
paredes de hormigón pintadas de blanco. Como los demás pidió préstamos
para comprar las máquinas de coser. «Cuando vas de parte de Benetton, el
banco presta fácilmente».
«Podemos entregar hasta un 1% de prendas con faltas, a
partir de ahí Benetton nos resta 20 euros por cada prenda», asegura la
directora de la primera fábrica. Las condiciones son draconianas, «no
podemos negociar nada». Saïd Bartouli lo confirma: «Es imposible
dialogar. Intenté que paguen al menos la mitad del hilo. Me dijeron: lo
toma o lo deja. Acepta o rescindimos ahora».
«Los franceses no pagan mejor».
Si disminuyen los pedidos, como por ejemplo después de
la Revolución, los talleres envían a los trabajadores al paro técnico,
sin indemnización. «Benetton es el único cliente. Nos tiene agarrados.
Lo que necesitamos es otro cliente. Habría competencia, y no ese
monopolio que nos impone», dice la directora de la primera fábrica. ¿Un
monopolio impuesto? «No está escrito en el contrato, pero tenemos
prohibido trabajar para otra marca. Si lo hacemos, Benetton nos
despide».
Contactada en Italia, la dirección de Benetton lo
desmiente: «No imponemos en absoluto la exclusividad a los
subcontratistas». Pero el sindicalista Youssef Abidi afirma lo
contrario. Y Omar Ben Hadj Sliman, el nuevo gobernador de Kasserine nos
lo confirma, pero no ve nada ilegal en ello: «Forma parte de la
negociación comercial. La fábrica no está obligada a aceptar».
Saïd Bartouli dice que ha intentado cambiar de cliente.
«Me puse en contacto con GAP. Querían fabricar en Kasserine, estaban
interesados. En febrero de 2010 fui a ver al gobernador. Me dijo: Hay un
acuerdo, aquí solo se trabaja con Benetton». Ahora hemos cambiado de
gobernador. El antiguo fue expulsado.
La marca italiana no es la única que se aprovecha de la
falta de trabajo. «En Túnez hay grandes ordenantes franceses que no
pagan más», nos confía un industrial del oeste que conoce bien el país.
Las mujeres que aceptan esos salarios de miseria a menudo son jóvenes
solteras. Es el caso de Ichraf, de 24 años, cuya familia necesita
imperiosamente el poco dinero que ella aporta cada mes. O como Aída, de
21 años, «Somos diez hijos; solo tenemos trabajo mi hermana y yo. Mi
familia me necesita». Acaba de pasar a trabajadora profesional después
de haber sido aprendiza durante diez meses cobrando 65 euros al mes.
Hay cientos de jóvenes como Aída en los talleres de
Kasserine. A ellas no vayan a hablarles de los valores de compartir y de
la diversidad étnica de la marca. El emblemático «United colors» hace
sonreír con amargura a las costureras de Kasserine.
Marc Mahuzier
Ouestfrance
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